miércoles, 21 de agosto de 2013

Proposición indecorosa



PorMario Herrera

 No pienso meterme con la película. A fin de cuentas es una obra de ficción, viene de la fantasía de quien la escribe. Esa de la historia de un millonario excéntrico que quiere pagarle un millón a una pareja por tener relaciones con la mujer y de ahí la pelea por insulto, la pareja se lo piensa, accede y después se molestan entre ellos por cosas machistas, se separan, el precio de la gente que tiene precio en una sociedad diferente. Probablemente ya la vio y si no, tampoco se ha perdido la gran cosa (desde mi punto de vista, usted tenga siempre el suyo). 
Y ahora que toco el tema de la fantasía romántica ajena, recuerdo frente a la beca de la Universidad de la Habana, en F y 3era, un cartel escrito en una pared, bien gigante, con pintura roja y todo. Decía: “Mi amor, perdóname, te amo, cásate conmigo” o algo por el estilo.
 Lo veía a cada rato y me asaltaban las mismas preguntas. Primero, ¿qué hizo?, segundo, ¿lo habrá perdonado?, tercero, ¿se habrá casado con él?, cuarto, ¿qué culpa tiene la pared de la chapuzada ajena?
 Imaginen lo siguiente: estás en una edad donde las hormonas te dominan. Un día le inventaste una excusa a la novia para irte de parranda con los socitos, a ver que se te pega. Entras en un lugar y ahí está, o quizás sabías de antemano que ahí estaría y que esa salsa quería fuego. Pero te sorprende tu novia. Si tienes suerte, no con las manos en la masa porque eso complicaría más las cosas.
 Comienzas a pagar tu crimen. No te quiere ver ni en pintura, los amigos son comunes y eres el malo. Las novias de los amigos no los dejan acercarse a ti, los padres piden tu cabeza porque la niña llora sin cesar. Vamos, un completo.  ¿Y qué se te ocurre? Agarras una brocha y pintas la pared con un cartel romántico, estilo comedia de los domingos por la tarde. Esperanzado a que de resultado te muestras arrepentido y no importa si alguien te ve ridículo o te agarra la policía, ella es quien importa. La pared... no es asunto tuyo, que la pinte el dueño, eso sí, la tuya que no la toque nadie.
 Vienes por avenida cuarentaiuno y te tropiezas con otro, pero más informativo: “Ariadna, perdóname. Te amo, princes (aquí no sé si quiso ponerlo en inglés o se comió la “a”) cásate conmigo”. La pintura chorrea en plan sangrienta película de terror a lo largo de dos paredes y con brochas y tintas diferentes.
 Hace tiempo los veo. ¿No es más fácil pedirlo verbalmente, con una nota, o cualquier otra vía que no sea garabatear una pared? ¿Es tan necesario que todos se enteren de lo que sea que pasara o tus intenciones? ¿Por alguna casualidad es más romántico así?
 Imaginen que ya se comenta en la beca lo que pasó con Fulana la de tercero comunicación del piso tal, cuarto mas cuál, cama ya sabes, y a ti te da por el cartelito. Si ese no es el cuño de la vergüenza de la pobre Fulanita, la verdad no sé. Bueno, ¿y cómo quedó lo de Ariadna? ¿Fue un engaño o un novio machote que le pasó las manos con unos tragos de más?
 Quizás no lo perdonó nunca, o se caso con él. Los de la beca seguramente ya se graduaron. Los carteles están en el mismo lugar. 

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