Por: Mario Herrera
No pienso meterme
con la película. A fin de cuentas es una obra de ficción, viene de la fantasía
de quien la escribe. Esa de la historia de un millonario excéntrico que quiere
pagarle un millón a una pareja por tener relaciones con la mujer y de ahí la
pelea por insulto, la pareja se lo piensa, accede y después se molestan entre
ellos por cosas machistas, se separan, el precio de la gente que tiene precio
en una sociedad diferente. Probablemente ya la vio y si no, tampoco se ha
perdido la gran cosa (desde mi punto de vista, usted tenga siempre el
suyo).
Y ahora que toco el tema de la fantasía romántica ajena,
recuerdo frente a la beca de la Universidad de la Habana, en F y 3era, un
cartel escrito en una pared, bien gigante, con pintura roja y todo. Decía: “Mi
amor, perdóname, te amo, cásate conmigo” o algo por el estilo.
Lo veía a cada
rato y me asaltaban las mismas preguntas. Primero, ¿qué hizo?, segundo, ¿lo
habrá perdonado?, tercero, ¿se habrá casado con él?, cuarto, ¿qué culpa tiene
la pared de la chapuzada ajena?
Imaginen lo
siguiente: estás en una edad donde las hormonas te dominan. Un día le
inventaste una excusa a la novia para irte de parranda con los socitos, a ver
que se te pega. Entras en un lugar y ahí está, o quizás sabías de antemano que
ahí estaría y que esa salsa quería fuego. Pero te sorprende tu novia. Si tienes
suerte, no con las manos en la masa porque eso complicaría más las cosas.
Comienzas a pagar
tu crimen. No te quiere ver ni en pintura, los amigos son comunes y eres el
malo. Las novias de los amigos no los dejan acercarse a ti, los padres piden tu
cabeza porque la niña llora sin cesar. Vamos, un completo. ¿Y qué se te ocurre? Agarras una brocha y
pintas la pared con un cartel romántico, estilo comedia de los domingos por la
tarde. Esperanzado a que de resultado te muestras arrepentido y no importa si
alguien te ve ridículo o te agarra la policía, ella es quien importa. La pared...
no es asunto tuyo, que la pinte el dueño, eso sí, la tuya que no la toque
nadie.
Vienes por avenida
cuarentaiuno y te tropiezas con otro, pero más informativo: “Ariadna,
perdóname. Te amo, princes (aquí no sé si quiso ponerlo en inglés o se comió la
“a”) cásate conmigo”. La pintura chorrea en plan sangrienta película de terror
a lo largo de dos paredes y con brochas y tintas diferentes.
Hace tiempo los
veo. ¿No es más fácil pedirlo verbalmente, con una nota, o cualquier otra vía
que no sea garabatear una pared? ¿Es tan necesario que todos se enteren de lo
que sea que pasara o tus intenciones? ¿Por alguna casualidad es más romántico
así?
Imaginen que ya se
comenta en la beca lo que pasó con Fulana la de tercero comunicación del piso
tal, cuarto mas cuál, cama ya sabes, y a ti te da por el cartelito. Si ese no
es el cuño de la vergüenza de la pobre Fulanita, la verdad no sé. Bueno, ¿y
cómo quedó lo de Ariadna? ¿Fue un engaño o un novio machote que le pasó las
manos con unos tragos de más?
Quizás no lo perdonó
nunca, o se caso con él. Los de la beca seguramente ya se graduaron. Los
carteles están en el mismo lugar.
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