Por: Mario Herrera
Una vez vi una
caricatura donde un afro descendiente le decía a su madre que quería ser un Skinhead moderno y la madre, profesora
de historia…, bueno, imagine usted su respuesta.
Si no sabe qué es
un Skinhead le recomiendo que
pregunte. Probablemente la acepción Grupo Neonazi sea lo primero que aparezca y
entenderá el chiste, pero realmente no fue ese su origen. Y aquí se lo dejo
para que lo busque.
El tema es que el
niño creció, se convirtió en un temba,
vaya, un puro y ahora pasea por La
Habana, se monta en un P-5 y exhibe una cadena de acero inoxidable a dos tonos
con el emblema Nazi, no el de los hindúes que significa “nacido dos veces” en
la ceremonia upanaiana, ni la manji nipona, ni la Cruz de Brigit irlandesa para alejar el mal.
No, era la
simbología usada desde 1920 por el Partido de Hitler porque además “así trato a
los enemigos”.
Y se pasea
tranquilamente, habla por celular en el P-5, y exhibe la pieza que se divide.
Un fondo plateado, cuadrado, con la forma del emblema y el emblema en sí,
dorado, como si fuera una figura de puzle.
Una tarde
cualquiera iba camino a algún lugar. En una esquina estaba parado una persona
que tiene la obligación de cuidar por todos nosotros. Ese es su trabajo. Y lo
cumplía, con la tranquilidad de aquel que se fuma un cigarrito, recostado a una
pared y con la bota derecha en pleno uso de sus facultades de descanso en la
propia pared. Eso sí, el cigarrito a la calle.
La gente ya no
sabe de qué discutir. “Un billón es lo mismo que el doble de un millón y eso se
lo van a pagar a Cristiano Ronaldo”; “Fulano es mejor que Mengano en esto y lo
otro”; “A las mujeres mientras más mal las trates, mejor”; “El huevo frito es
mejor que tal o más cual comida”; y así
sucesivamente. La cuestión es que las discusiones pueden empezar muy sencillas
pero terminan de forma tan ilógica como el tema en sí.
Me doy cuenta que
una cosa no tiene que ver aparentemente con la otra. ¿Será?
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