Por: Osmany Torres
El sábado 10 de mayo se produjo un hecho singular y nunca antes visto
por este redactor en los años que lleva siguiendo el Campeonato Nacional
de Fútbol de Primera División. Se jugaba la fecha 15 de la edición 99
del torneo doméstico más longevo de la isla y en el Estadio Nacional
Pedro Marrero eran rivales La Habana, tercer clasificado del evento, y
Guantánamo, quinto.
En el once inicial de los capitalinos aparecía, como ha sido habitual a
lo largo del certamen, un moreno espigado y de musculatura bien
definida. Muchos aseveran que ese jugador de algo más de 1.94 m de
estatura es a día de hoy el futbolista con mayor proyección del país.
Sus primeras intervenciones en el campo denotaron cierta lentitud e
inseguridad a la hora de dar un pase o cambiar el ritmo para superar a
los rivales. Su radio de acción era más corto de lo normal y a penas si
tenía peso en el juego del plantel.
Algo no andaba bien con el número 16 y desde las gradas comenzaron a
llegar las primeras críticas. ¿Qué le pasa hoy que está resbalando
demasiado? Preguntaba uno, al tiempo que otro apuntaba lo flojo que
estaba el “negrón”.
Ajeno a lo que sucedía en la tribuna, el muchacho de 1.94 m de estatura
seguía esforzándose para ayudar a sus compañeros a sumar una nueva
victoria en casa. Sin embargo, las cosas no terminarían bien ese día,
más allá de que tras cada resbalón se incorporara con mayor fuerza.
Para algunos su mayor logro en el choque fue estar en el momento preciso
para igualar el marcador al filo del descanso con un cabezazo dentro
del área chica. Pero toda historia tiene sus antecedentes y muchas veces
emitir criterios sin fundamentos puede generar situaciones incómodas.
Concluidos los 90 minutos y tras escuchar la charla del entrenador, el
espigado moreno tomó el camino para regresar a su casa. Bolso al hombro y
con un andar cansón, el número 16 de La Habana se despedía de algunos
amigos y compañeros a escasos metros de la puerta de salida del estadio.
En ese momento un aficionado se le acercó y le expuso todas sus
condiciones físicas para dominar a los rivales. Un poco contrariado pero
sonriente el prometedor futbolista solo le contestó que jugó el partido
en tenis. El aficionado se identificó con la situación y le preguntó su
talla de calzado, a lo que el jugador respondió con un “no te
preocupes, eso ya no importa”.
Quizás muchos de sus críticos se fueron esa tarde sin saber los
verdaderos percances de Daniel Luis Sáez para rendir al 100% en el duelo
con Guantánamo. Desde hace varias semanas el mejor futbolista juvenil
de Cuba en 2013 viene presentando problemas con su calzado y las
autoridades futbolísticas del país parecen estar ajenas al hecho.
Daniel, como muchos de sus compañeros, habitualmente tiene que emplear
dinero propio para comprar los tacos a utilizar tanto en competencias
nacionales como internacionales. Entonces la pregunta estaría en por qué
se afirmó desde la AFC a inicios de la temporada que estaban todas las
condiciones creadas para desarrollar un buen Campeonato. Hasta el
momento no se les ha entregado a los futbolistas calzado ni canilleras.
El caso de Daniel es uno más entre las historias silenciadas del fútbol
cubano. Ese día otro mundialista sub.20, Andy Baquero, también pudo
jugar en tenis pero a última hora su padre hizo las veces de zapatero
para remendarle unos tacos que no utilizaría ningún futbolista de
primera división en el planeta.
Estas son las realidades del más universal en Cuba y por nada del mundo
deben esconderse. Es hora del darle el frente a la situación y trabajar
para sacar adelante un deporte que ya es pasión entre los jóvenes. Está
bueno ya de controlar la información y no hacer públicas las
convocatorias o selecciones a cualquier competición a expensas de no
recibir críticas si se malogra la gestión. El momento es ahora y a los
cuestionamientos se les responde con argumentos, no con justificaciones.
Ojalá estas líneas sirvan de algo para que ni Daniel, ni ningún otro
futbolista cubano, tenga que salir a un terreno de juego sin el calzado
adecuado para jugar al fútbol.
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