Por:
Mario Herrera
Como muchas veces ocurre no estuvo todo listo
hasta último minuto pero se pudo. Llegó el día y la hora de salir. Fui el
primero en llegar al punto acordado, media hora. Poco a poco aparecieron los
jugadores de La Habana
que viajarían a Las Tunas para el partido de cierre de temporada. Me iba con
ellos.
Llegó la guagua. Nos montamos y levamos
anclas.
Cada uno de los convocados se acomodó lo mejor
que pudo y muchos fueron al fondo del vehículo para vivir sus vidas sociales.
Chistes, cuentos, exageraciones, lo habitual entre amigos.
En esencia el viaje fue largo y bueno, a
excepción de un pequeño episodio de dolor de barriga con su correspondiente
“¡Chofe, pare por su vida!” de parte de un servidor, para correr dentro de un
campo minado de marabú, no sin antes enredarse en una cerca de alambres de
púas, y una vez sorteado los pinchos y pinchazos, descargar con furia
intestinal la pesada molestia. Menos mal además del papel higiénico, llevé al
monte de espinas agua y jabón, por que si no…
Llegamos a Sancti Spiritus, lugar donde
almorzaron (por razones evidentes decidí no hacerlo). Se paró en La
Paladar de María,
todo un complejo de viviendas dedicada a la satisfacción alimentaria del
viajante y además lugar bastante visitado por chóferes de ómnibus nacionales.
Imagine cinco viviendas con un único propósito: la gastronomía. Una tiene un
kiosco delante para galletas, refrescos, dulces caseros. Otra, pan con lechón y
jugos naturales. La tercera y más apartada era el restauran con unas quince
mesas entre las que estaban dentro del ranchón y las de un portal en su área
exterior, la cuarta era la cocina y una última vendía barras de dulce de
guayaba, cremas de leche, “matrimonios” de cremas con guayaba. En fin, un
complejo comercial funcional.
Después de varias horas llegamos a la
provincia destino. Me esperaba uno de los comentaristas de fútbol de Radio
Victoria. Me llevaron a dónde me hospedaría. Si no fuera por la molesta
presencia de unas hormigas diminutas que cuando pican no sabes si reír, llorar,
rascarte o rezar, pensaría que estaba en el paraíso. Así de lindo estaba.
Al día siguiente una llamada me avisó que de
último minuto el partido de había adelantado una hora. El corre-corre que se
armó no me permitió siquiera almorzar. Me fueron a buscar y de ahí para Manatí,
una de las plazas más importantes del fútbol cubano.
A unos cuarentaitrés kilómetros de la ciudad
capital de la provincia, el pequeño pueblo me asombró desde el inicio. Llovía
copiosamente a escasos cien metros del estadio. Las calles a esa distancia
enfangadas a más no poder, pero de la línea del tren para la zona norte, ni
esta gota es mía. Amigos, del la línea del tren al sur, todo verde y fresco, al
norte, todo seco y devastado por ausencia total de agua.
La cancha estaba más que seca carente de
pasto. Cero para ser exacto. Sobre explotada, pobre. El público comenzó a
llegar hasta repletarla con unos tres mil aficionados más otros que no cupieron
y se quedaron en la cerca perimetral.
La
Habana marcó los primeros compases del juego y el gol. Los
locales intentaron revertir la situación, lo lograron en el inicio de la
segunda mitad y esa fue su desgracia. Con el gol recibido se hizo notar la
superioridad técnica de la visita. Cuatro a uno terminó. El público molesto
desfiló su derrota, aplaudió a los habaneros. Ese fue el último partido de
Giovanis Ayala, tunero, quinto goleador histórico de nuestro país en todos los
tiempos (104 goles en 17 temporadas). Se mencionó en una pequeña y modesta
ceremonia pero no se hizo más. Impresionante para mí el “talento rural” (vamos,
que soy casado y fiel pero no ciego).
Por cuestiones económicas, al regreso al hotel
solo había dos habitaciones disponibles para bañarse. La fila o cola fue larga.
Otros se bañaron en las duchas de la piscina vacía del hotel Las Tunas, al aire
libre y sin poderse quitar todo el sudor si me entienden.
Terminamos, comimos, regresamos. En el camino
llegó la noticia de la derrota de Guantánamo a manos de Ciego de Ávila que
ponía en tercero al Habana. Se felicitaron pero se notaba la inconformidad. Se
sentaron juntos en el fondo de la guagua a compartir a lo cubano; uno a uno se
quedaron dormidos y despertaron asombrados cuando llegamos a la capital antes
de lo esperado.
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