Por: Mario Herrera
Recién termino de leerme el libro La Vuelta es
Cuba de Joel García. Un texto dedicado a la historia de La Vuelta ciclística a nuestro
país desde sus inicios hasta 2004 con sus anécdotas, sus crónicas, su vida
propia.
Me hizo sentir tristeza por no haber vivido
ningún capítulo con la misma intensidad con la que ahora siento uno de los
deportes más fuertes que conozco, con su cansancio, dolor, tenacidad, valentía,
perseverancia, deportividad.
La Vuelta nació por la complicidad de Reinaldo
Paseiro, Benigno Suárez, José Antonio Riverón, doce alfileres, un mapa de Cuba,
y el apoyo del entonces Presidente del INDER José Llanusa. Casi sin nada y de
menos cero y algo arrancaron los primeros setentaidós valientes que le dieron
inicio a una aventura que se volvió tan popular que en el futuro febrero
quedaría vacío sin la Vuelta. Amigas y amigos, la Unión Ciclística
Internacional le otorgó en los ochenta la categoría A-1, eso la situaba dentro
de las diez mejores vueltas del mundo y mucho pulso que le hizo a la versión
venezolana del Táchira. De hecho, eran las que peleaban por ser las mejores de
América.
Grandes corredores nacionales y foráneos
pasaron por nuestro circuito. Sergio “Pipián” Martínez; Rodolfo “Pilo” Noriega,
Manuel Sánchez, el primer ganador del ascenso a La Gran Piedra, el polaco
Kowasky, Raúl “La Locomotora” Vázquez, el joven soviético de veintiún años
Seguei Sujorochenko, “El Búfalo” Arencibia, Eduardo Alonso, Pedro Pablo Pérez,
Filippo Pozzato, el “Chiqui” Alcolea, en fin, tantos nombres ilustres que uno
siente nostalgia.
Los noventa fue una década devastadora para la
economía cubana. Por razones obvias La Vuelta recesó, pero llegó el siglo
veintiuno y parecía renacer, sin embargo murió. La carrera solo sobrevivió la
primera década de esta centuria.
Veo las imágenes y aparece el pueblo en las
calles, un pueblo que espera horas para disfrutar unos segundos fugaces. Un
pueblo que repletaba y respetaba la carrera. Un pueblo conocedor de sus
campeones.
Leo las crónicas de Luis Sexto, del Profe René
Navarro, de Elio Menéndez, las mismas crónicas que ya nadie volverá a escribir.
Un intento nació este 2014 con un nombre que
ni pintaba ni daba color a nada y demasiado grandilocuente para lo que había:
El Clásico Camagüey- Habana. Sin la Gran Piedra, sin pasar por el oriente
cubano y con muy poca prensa. Eso sí, público, público que pide a gritos el
regreso de febrero.
“No hay recursos para una gran carrera como
esa”. Es lo único que escucho. “Es necesario rescatarla” dicen los
especialistas en contar las aventuras sobre las ruedas de un vehículo que no
pasa de ocho libras en la actualidad. Pero no hay dinero.
Parece más fácil aceptar esa escusa que ceder ante nuevas alternativas de financiamiento. ¿Por qué no aceptar el patrocinio de empresas? ¿Es más fácil decir “no hay dinero” a entregar un espacio que no podemos mantener a quienes sí pueden hacerlo y que nos beneficiaría?
Parece más fácil aceptar esa escusa que ceder ante nuevas alternativas de financiamiento. ¿Por qué no aceptar el patrocinio de empresas? ¿Es más fácil decir “no hay dinero” a entregar un espacio que no podemos mantener a quienes sí pueden hacerlo y que nos beneficiaría?
Qué pongan sus carteles y estrategias de
posicionamiento pero que nos ayuden con el pago del alojamiento, dieta y
transporte de los corredores, técnicos, directivos, médicos, masajistas, la
prensa, en fin, todo el que tenga que ver con el evento pero que viva. ¿Qué tan
difícil puede ser? ¿Y el pueblo? ¿Y lo nuestro? ¿Y febrero? ¿Y los jóvenes que
desconocen esta historia? ¿Y la Vuelta?
La Vuelta ciclística a Cuba ha muerto de
momento. Dejo a los forenses las causas del deceso.
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