Por: Mario Herrera
Era cerca de la
medianoche. Les juro que no sabía que el aburrimiento era tan aburrido hasta
ese momento, así que opté por la única alternativa posible: la cama; esperar a
la Calabacita (animado cubano que anuncia que los niños deben ir a dormir). No
recuerdo cómo, pero desperté rondando la Manzana de Gómez, en la Habana Vieja.
Sin entender bien qué hacía ahí, me dejé llevar por la curiosidad e hice algo
inusual. Comencé a caminar ciertas tiendas del complejo comercial del lugar.
Existen varios concesionarios de artículos
deportivos. Visité el primero. Quedé deslumbrado por la cantidad de marcas
comerciales en la vidriera. Joma, Fila, Ocean Pacific, Kappa, Lotto y en un
estante, increíblemente existentes, camisas de béisbol Batos. ¡Pues, sí señor!
¡Cómo lo cuento! Claro, es justo recalcar que por mucho Industriales que
dijera, no estaban completas. Les faltaba el monograma y les sobraba precio. Le
pregunté incluso a la vendedora si se vendían, me contestó que dos o tres en un
mes. ¡No digo yo! ¡Cincuentaicinco “Pesos Gerentes” la camiseta! ¡Vaya,
apretaron! El insulto me hizo salir del lugar.
Apenas llego a la
acera, pasa frente a mí una de esas mulatas robavista. Suspiré y me contuve de
un piropo. En el momento en que admiraba su parte media posterior con
curiosidad detectivesca, pasó contoneándose en sentido contrario una rubia
hermosa. Le quitó a la mulata mi afición y cómo íbamos en la misma dirección,
fui tras sus huellas. Pasamos la tienda Adidas. La rubia entró al siguiente
comercio. Pretendía pasar de largo aunque estaba atado a su pantalón negro
deportivo, de tres franjas blancas que hacían juego con su calzado y una
camiseta que mostraba el poder persuasivo de la dama. Fue cuando me atrapó la
vidriera. ¡No lo podía creer! ¡Al fin alguien tuvo la idea! Tantas trademarks
(mira que el marketing tiene nombrecitos) de artículos deportivos en Cuba,
tiendas para ellas y el producto cubano ausente hasta ese momento.
Entré cómo Mario
por mi casa. Me quedé encantado. Las camisetas de los equipos de béisbol de
nuestro torneo estaban exhibidas con sus precios en “Pesos Obreros”, su
equivalente a “Pesos Gerentes”, y accesibles. La noticia era dada por el
noticiero: “Se deja la Mizuno 200 japonesa por una de fabricación nacional para
la Serie Nacional”. Justo entonces un cartel lumínico comenzó a gritar
desesperadamente: “¡Sustitución de importaciones!”; y ahí estaba, la nueva
Batos, hermosa, única, barata.
La rubia rompió el
cliché: “Un país está mejor económicamente mientras mayor sea su reserva en
divisas convertibles”. En las paredes estaban colgados diversos modelos
atractivos de calzado deportivo con el logo de la empresa cubana. En una
pantalla corría un Taíno mientras se jugaba Batos en la aldea, llegaba Colón,
ponían fragmentos del animado La Pelota, salían imágenes del béisbol pre
revolucionario, los rebeldes, la sierra, la Revolución, los Barbudos, el
deporte después del 59 y de nuevo el indio que salta una valla y queda en una
posición que permite montar la imagen mientras una voz enamoraba a los
presentes: “Batos, las buenas raíces nunca mueren”.
En el medio del salón, una gigantesca piscina
de pelotas de béisbol, softbol, fútbol, baloncesto. ¡Y todas bonitas,
económicas y de buena calidad! “!
Someday, somewhere!” Me despertaba el tema de la Streisand por el altavoz
de mi teléfono. Parece que fue sólo un sueño. Los azahares de la vida me
arrastraron cerca de la propia Manzana. Y ahí estaba la tienda de las camisetas
caras. Entré y le hice la pregunta de mis sueños a la dependiente, para recibir
la contesta de mi pesadilla. Me insulté, salí. Caminaba la mulata. Me tomó un
segundo darme cuenta que era ella. Me quedé con la vista clavada…bueno, ya
saben dónde.
En eso venía la
rubia. Boquiabierto fui tras ella, con cierta incertidumbre. Pasó, con su
pantalón negro de franjas blancas, su camiseta persuasiva y tenis junto a la
tienda Adidas, y entró en el comercio siguiente. Me acerqué a la vidriera:
“¿Será un deja vu?”, pero sólo exhibían ropa interior de mujer.
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