Por: Mario Herrera
Con el festival
viene un fenómeno social que conocemos muy bien, con sus normas
consuetudinarias y las que aparecen por cuestiones de necesidad o problemas
organizativos: la cola.
La cola, o la
fila, línea o como quiera llamarle no es más que el orden lógico de las cosas.
El primero tiene el derecho de entrar primero y el último se aguanta la
respiración a ver si cabe.
Pero no olvidemos
que hablamos de La Habana.
Bien famosa es la
anécdota del policía que se preguntaba cómo era posible que la gente rompiera
el cristal de la entrada de un cine para ver una película con los empujones, el
carterísimo, los rescabuchadores, los falsificadores de entradas, credenciales
y pasaportes, los abuelos que culpan a los jóvenes e intentan colarse a expensas
de la edad. Nada, es todo un circo que
no vale la pena disfrutar y que termina por ponerle un trago amargo a lo que
debe ser una fiesta.
Los polis cubanos
son tan listos como las madres que les hacen muchos moñitos a sus hijas con
felpitas de colorines y al final uno no sabe si se trata de una niña, un arcoíris
o una maqueta del VIH con todas sus paticas; pero este, al menos, tenía razón.
Hay cuestiones y
cuestiones. Ejemplo: estoy de acuerdo con la existencia y preferencia que
reciben las Credenciales. Se supone que son trabajadores del medio, invitados,
artistas que participan. Lo que pasa, repito, es que es La Habana. Aquí ya
empieza el problema porque la persona que distribuye la credencial se consigue
además una para el novio, la amiguita, la jevita del novio o la que hace el trío
con ella y el novio; para el vecino, el amigo fuerte de la escuela, el amigo
del amigo fuerte de la escuela y el amigo, del amigo, del amigo fuerte de la
escuela que le manda un regalito a cambio del “favor desinteresado”.
Otra de las
grandes ideas es la creación del “Pasaporte” (vaya nombre, ¿no?). A uno le
conviene porque en esencia te ahorras unos pesitos. Es comprar entradas al por
mayor a un costo inferior a lo que te costaría comprarlas independientes. Y están
los que compran la entrada de forma normal. Hasta ahí, bien.
La cuestión es
cuando todos se juntan a ver una película al festival.
La Cola, con sus
leyes no escritas, entra a jugar un papel determinante. Las autoridades, con su
inteligente inteligencia, quieren entonces hacer una para los acreditados.
Correcto. Una para los Pasaportes, una para los que tienen entradas y si queda
espacio, una para los que no tienen entradas. ¿Me siguen?
La pregunta se cae
de la mata: ¿para qué hacer una cola para los que tienen pasaporte y una para
los que ya tienen el ticket para entrar? ¿Acaso el Pasaporte no beneficia a uno
con el ahorro para también molestar a los demás? ¡Qué haga la cola como el
resto!
Pero como dijo un
humorista: “¡Párese veinte minutos en un
lugar fijo y al siguiente hay una cola!” Llegan los Jeques. Casi todos
veteranos de la hilera. Dicen que son los primeros y casi siempre lo son (en
formar el relajo), tienen la complicidad del agente del orden que no entiende
cómo se puede perder el tiempo en ver una película en la que no se tira un tiro
ni se da un gaznatón. Y así sucesivamente, cada persona que llega impone su
ley.
¿Y eso de que los
últimos serán los primero? Cumplido. Con tanto orden y atención, el personaje
que casi siempre se beneficia el El Colado.
Mejor termino
estas letras para ver si veo una película, de esas cubanas que uno no sabe si
la pondrán después que la maquinaria de la censura pase sobre ella.
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